viernes, 27 de noviembre de 2009

CELDA 211.


Son más de las tres de la madrugada, hace más de una hora que llegué a casa del cine y aquí me encuentro, sin poder dormir, dándole vueltas a una película delante de la pantalla del ordenador. Fui a ver Celda 211 sin grandes pretensiones y sin saber apenas nada de la película, como creo que hay que ir a ver una película o, por lo menos, como a mí me gusta ir al cine. Sé que tiene su riesgo, pero si la película es buena, la satisfacción es mayor.


Lo cierto es que fui a ver la última interpretación de Luis Tosar, para mí el mejor actor español de estos momentos, y la verdad es que acabé viendo mucho más de lo que en un principio me esperaba, vi una buena película. Para poder hablar de ella, de lo bien realizada y dirigida que está, de su sólido guión y de la complejidad de los personajes, creo que es necesario soltar lastre, sobre todo si es tan pesado como lo podría ser un saco cargado de elogios hacía la interpretación de Luis Tosar. Sólo diré que para mí está ENORME, y con esto es suficiente. Ya dicho, puedo hablar de la película.


Celda 211 es una película carcelaria, ambientada en la cárcel de Zamora, cuyo guión está basado en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul y ha sido coescrito por el director de la película Daniel Monzón (La caja Kovak) y Jorge Guerricaecheverría. Su historia, resumida brevemente es la siguiente:


Juan, (Alberto Amman) es un joven apuesto, con una vida normal y agradable, que está felizmente casado y a punto de ser padre. Ha aprobado unas oposiciones de funcionario de prisiones y, deseoso de dar una buena imagen, se presenta con un día de antelación para conocer las instalaciones y a sus futuros compañeros. Todo va bien hasta que de forma improvisa y desafortunada se ve atrapado dentro de un motín que ha estallado justo en el módulo donde él se encuentra, sin tener otra opción para sobrevivir que hacerse pasar por uno más de los prisioneros amotinados. El cabecilla de la rebelión, Malamadre (Luis Tosar), es un hombre duro e implacable, curtido en el sórdido mundo de las cárceles. Aprovechándose de un descuido en la custodia de unos presos etarras de los funcionarios de prisiones, Malamadre toma como rehénes a los presos vascos para poder presionar a la Administración a favor de sus reivindicaciones, que consisten principalmente en mejoras en la calidad de vida de los presos. ¿Podrá Juan engañar a Malamadre y al resto de los presos?. Hasta aquí puedo contar.


Celda 211 tiene una duración de 110 minutos pero, a diferencia de muchas otras, a ésta no le sobra ni uno sólo, todo lo contrario, quizá le falte alguno más para explicar alguna trama que se queda sin resolver. Quien llegue tarde a ver la película se dará cuenta de que se ha perdido ya unas cuantas cosas, pues la película empieza fuerte desde el principio, va directamente al grano, y en cinco minutos ya está expuesto el planteamiento de la película, que es ambicioso y fascinante ¿ Cómo logrará este chico salir de la terrible encrucijada en la que le ha colocado el destino? El guíón , junto con las dos interpretaciones principales son el principal sustento de que las altas pretensiones iniciales se mantengan, con algún que otro altibajo, durante toda la película, y consigan retener la atención del espectador que les ha sido arrebatada desde el principio de la proyección. Los dialogos son ágiles y convincentes, la utilización ocasional del humor es inteligente y se agradece enormente y la tensión narrativa se esparce por todo el metraje consiguiendo que te involucres en lo que estás viendo.

Otro elemento que no quiero dejar de mencionar es la complejidad de los dos personajes principales, en especial el del joven funcionario de prisiones, toda una papeleta interpretativa de la que sale airoso Alberto Amman, cuya evolución durante los acontecimientos es de gran interés, y de la que no hablaré para no desvelar más sobre la película. Antes de poner el punto final, me gustaría hacerte una pregunta: ¿De qué serías capaz en una situación extrema para salvar tu vida? PUNTO FINAL.



sábado, 31 de octubre de 2009

SENILITÁ



Senilitá (1898) es la segunda novela de Aron Ettore Schmitz, más conocido como Italo Svevo (1861-1928). Nacido en Trieste, en el seno de una modesta familia judia de orígenes centroeuropeos, Svevo tuvo, por expreso deseo paterno, una educación alemana que afectaría en un futuro a su arte literario, pues nunca llegaría a dominar el italiano, lengua que utilizaría mezclada con el triestino, -una variante del dialecto veneciano-, para escribir el conjunto de su obra.

Svevo no fue un escritor de raza que buscase a toda costa ganarse la vida con la literatura. A los diecinueve años tuvo que abandonar sus estudios de Comercio obligado por una serie de problemas económicos en los negocios de su padre. Pronto encontró un puesto como administrativo en la sucursal de Trieste del Unionbank de Viena, y en él estuvo durante diecinueve años, hasta que se casó y entró a trabajar en las empresas de la familia de su esposa.
La literatura estuvo desde muy joven, en el internado alemán devoraba en sus horas libres a los románticos alemanes, muy presente en la vida de Svevo. Ya en la edad adulta, cuando salía de su rutinario trabajo, dedicaba su tiempo libre a leer, escribir , además de en participar activamente en la vida cultural de Trieste.

Su primera novela Una vita (1892) salió de su pluma y de su bolsillo sin pena ni gloria. Svevo no se desalentó y siguió escribiendo. Su estado anímico en el período que comprende entre la publicación de su primera novela y Senilitá bien puede ser el del protagonista de esta última, Emilio Brentani cuando de él escribe:

Con la clarísima conciencia que tenía de la nulidad de su obra, no se jactaba del pasado, pero tanto en el arte como en la vida, creía encontrarse aún en el período de preparación y en lo más profundo de su ser se consideraba una máquina potente y genial en construcciòn, pero que aún no había llegado a la fase de actividad.



Senilitá narra las vicisitudes amorosas de su protagonista, Emilio Brentani, con una bella joven llamada Angiolina. Brentani, trasunto en muchos aspectos del autor trentino, es un hombre metido de lleno en la treintena que vive una vida triste y gris junto con su hermana Amalia, que tiene una vida aún más triste y gris que la de su hermano ya que vive a la sombra de éste.

Un día Emilio conoce casualmente a Angiolina, una joven rubia de gran belleza que le presta cierta atención. Emilio comienza a cortejarla con la intención de llegar a poseerla, pero será ella la que al final lo acabe poseyendo, aunque no del modo que este quisiera. Escrita desde la cabeza de Emilio, Svevo utiliza la introspección psicológica para hacernos ver como el autoengaño de Emilio, en ocasiones consciente, lo lleva a una infelicidad en la que los celos lo atormentan hasta tal punto que es incapaz de ver la verdad de su relación. Solo podrá liberarse de ésta a través de la muerte de su hermana.

La sexualidad tiene un gran peso en la novela, sobre todo en la vida de Angiolina, siempre visto a través de los ojos de Emilio, que se basa en ella para ejercitar poder sobre sus conquistas. Es también una novela en la que se analizan en profundidad los celos de Emilio, hasta el punto que Coetzee, el Nóbel suráfricano, ha escrito de ella que es, junto con la Sonata a Kreutzer de Tolstoi, y Por el camino de Swam de Proust, una de las grandes novelas sobre los celos sexuales masculinos.

Tras su publicación, la novela fue igualmente un fracaso. Las malas críticas, centradas en lo pobre de su italiano, desanimaron al autor hasta el punto de que decidió abandonar su naciente carrera literaria. Afortunadamente para la literatura, años después un joven profesor de inglés que vivía exiliado en Trieste, James Joyce, se interesaría por los escritos de Svevo, consiguiendo que este retomase la escritura. Sólo escribiría una novela más, La conciencia de Zeno, que le consagraría dentro del panorama literario europeo de principios del siglo XX. Pero esa ya es otra historia.



miércoles, 14 de octubre de 2009





ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto

como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería)



Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.


Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas


daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.


No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.


Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.


No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.


En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.


Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.


Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.


Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.


Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.


Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.


A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.


( 10 de enero de 1936)

Miguel Hernández, El rayo que no cesa, 1936.



Hace unos días, en una conversación telefónica con un buen amigo, esté, en un momento dado comentó que atribuía valor a las cosas que poseía cuando éstas eran disfrutadas por la gente que estimaba. Mi experiencia con él me hace reconocer como muy ciertas sus palabras, y como sé que de vez en cuando se pasa por está página, me gustaría aprovechar para recordarle la deuda que tiene contraída conmigo por haberle echo yo apreciar tantas cosas suyas que me ha dado la oportunidad de disfrutar. Dejando la broma aparte, gracias.


A mí, confieso que mucho menos generoso que mi amigo, siempre me ha gustado compartir aquellas cosas que, por algún motivo, me conmueven, me hacen vibrar, me suben, aunque sea momentáneamente, al asfalto de lo que considero una buena vida. Por este motivo he copiado aquí este hermosísimo poema, escrito con el dolor reciente por la pérdida de un íntimo amigo.

Una auténtica maravilla.

sábado, 16 de mayo de 2009

ADOLESCENCIA




Tres meses después de la publicación de Infancia, Tolstói escribía una carta a su hermano Serguéi en respuesta a los comentarios que éste le había hecho en relación a su obra. En ella, entre otras cosas, dice:

“(…) Temes que el éxito se me suba a la cabeza y que me ponga a jugar a las cartas y lo pierda todo. Se ve que hace mucho que no nos hemos visto. Creo que ya hace casi un año que ni se me ocurre pensar en las cartas; en cuanto a que mis obras futuras puedan ser inferiores, espero que no suceda, y ahora voy a decirte porqué: he empezado una novela nueva; seria y útil a mi entender, a la que tengo intenciones de dedicar mucho de mi tiempo y todas mis facultades. Me he puesto a trabajar en ella con el mismo sentimiento con el que cuando era niño me ponía a hacer un dibujo y decía: “Tardaré en hacer este dibujo tres meses”. No sé si mi novela tendrá la misma suerte que mis dibujos, pero lo que pasa es que no hay nada que me dé más miedo que convertirme en un escritorzuelo de revistas, y pese a las condiciones ventajosas que me ofrecen, enviaré a El Contemporáneo – si es que lo envío- un relato que está casi listo y que será muy malo. (…)[1]


Durante todo ese año de 1853 se dedicó a la escritura de Adolescencia, trabajando al mismo tiempo en otros relatos de menor extensión. De entre ellos enviaría ese mismo año a la redacción “Notas de un tanteador” que sería publicado dos años después con el título de “Memorias de un tanteador de billar”[2].

Como ya escribí cuando hablaba de Infancia, Tolstói intentaba en esta época vivir una vida pautada por reglas de comportamiento. La virtud era una obsesión para él, porque estaba convencido de que la finalidad del hombre radica en su eterno perfeccionamiento y confiaba en que a través de estas reglas podría corregir todos los vicios que se encontraba. Para conseguir llevar una vida de virtud, Tolstói se impuso la ingente tarea de observar al detalle su conducta para detectar en ella todos estos vicios. Las entradas de esta época en su diario responden a esta necesidad de observancia, y son un registro de su lucha interna. Esta necesidad de continuo perfeccionamiento es la que sentirá el protagonista, su alter ego, en el paso de la adolescencia a la juventud. Pero no nos adelantemos y hablemos aquí de Adolescencia.

La obra continua con el mismo tono y estilo que en la primera parte, si bien se acentúa la descripción, ya de por sí predominante en Infancia. Esto hace que el arranque de la novela sea un tanto pesado, ya que para narrar el viaje que emprende la familia desde la aldea natal hasta Moscú, compensa la falta de acción con una amplísima descripción del paisaje, desplegada en más de veinte páginas.

Una vez lejos de la topografía del dolor, encarnado en la casa de la aldea donde muere la madre, hecho que marca el paso de la infancia a la adolescencia, en esta segunda etapa asistimos a la educación de nuestro protagonista en los ambientes cortesanos de la capital rusa. Tolstói pensaba en estos inicios literarios que un escritor debía ser consecuente en su escritura con el medio que le había tocado vivir, y veía como algo ridículo que un autor de un medio social alto escribiera novelas populares. Así, utiliza una prosa elegante y concisa, muy próxima al medio y al sentir sensible de su protagonista.

Paulatinamente, el joven Irtieniev va adquiriendo conciencia de sí mismo y de las relaciones con las personas de su entorno. En unos años de grandes transformaciones tanto físicas como morales, el joven Irtieniev ve cómo la unión con las personas más cercanas a él en la infancia poco a poco se va resquebrajando. Su padre está inmerso en la vida social moscovita y le presta menos atención, su hermano siente la enorme distancia que se crea entre un joven y un adolescente en esta época inicial de desarrollo y también le deja un poco de lado, y por si fuera poco, su fiel preceptor, Karl Ivánovich, es sustituido por un preceptor francés joven, frío y estirado, Saint- Jérôme, que elimina de su vida la presencia protectora, amable y cálida del preceptor alemán. Todo esto hace que se acentúe en él una tendencia hacia la que ya de por sí estaba predispuesto; la observación y el análisis de todo lo que le rodea, empezando por él mismo y por sus sentimientos. En este período aparece el primer ardoroso enamoramiento, y hacia el final de la novela, la aparición del joven Nejliudov, una especie de alma afín que tendrá un mayor desarrollo en Juventud.

Gracias nuevamente a las anotaciones hechas en sus diarios, reconocemos en el joven Irtieniev muchas de las actitudes y pensamientos del propio Tolstói. Entre muchos otros, podemos destacar la temprana conciencia de su fealdad física,- debió de atormentarle bastante en su juventud-, o su también temprano rechazo y poca consideración hacia el sexo femenino, debido en gran parte por el escaso interés que, en general, éste mostraba hacia él.
Para finalizar, me gustaría hablar de un hecho que me ha llamado poderosamente la atención, quizá porque es la primera vez que me encuentro con algo así en una obra literaria, por lo menos de una forma tan poco enmascarada. Bastante avanzada la novela, pero sin llegar a su tramo final, Tolstói cambia de forma brusca el tiempo y la persona en la narración. No lo hace de manera casual ni por error, si no porque desea acelerar la narración y acabar cuanto antes la novela. Se siente cansado de ella, quiere escribir otras cosas que le parecen más interesantes y le exaspera tener que dedicarle más tiempo.[3].
En la entrada del diario correspondiente al 22 de octubre de 1853 dice textualmente:

“Adolescencia se me ha vuelto odiosa en grado extremo. Espero terminar mañana.”[4] Lo sorprendente es que no trata de disimularlo. Al contrario lo dice claramente. El capítulo XX empieza de la siguiente manera:

“Cuanto más avanzo en la descripción de aquella época de mi vida, tanto más penoso y difícil me resulta. (…) Inconscientemente quiero atravesar pronto el desierto de la adolescencia y llegar a la época feliz en que el noble sentimiento de la amistad tierna y sincera iluminó de nuevo con luz viva el final de esta edad, marcando el principio de otra nueva, llena de encanto y poesía: la de la juventud. No voy a seguir paso a paso todos mis recuerdos. Me limitaré a echar una rápida ojeada sobre los recuerdos más importantes desde la época a la que ha llegado mi relato hasta el momento en que me encontré con un hombre extraordinario que tuvo una influencia bienhechora y decisiva sobre mi carácter y mis tendencias”.[5]


[1] Lev Tolstói, Correspondencia, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona 2008, página 67. La novela a la que se refiere Tolstói es Adolescencia, la segunda parte de su proyectada tetralogía. El relato que tenía casi listo para enviar a la redacción de El Contemporáneo es La Correría, que sería publicado en el nº. 3 de la revista a comienzos del año 53.
[2] No he podido encontrar todavía estos dos relatos, así que hablaré de ellos cuando consiga localizarlos.
[3] Una de las primeras reglas que aparece en su Diario es “Lo que hayas decidido hacer, hazlo cueste lo que cueste”. ( Obra citada, pág.14)
[4] Lev Tolstói, Diarios, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2002, página 110.
[5] Lev Tolstói, Infancia, Adolescencia y Juventud, traducción de Laura e Irene Andresco, Aguilar, Madrid, 1990, página 296.

miércoles, 8 de abril de 2009

INFANCIA



En abril de 1851, como consecuencia de una serie de indecisiones con respecto a su futuro inmediato, Lev Tolstói (Yasnaia Poliana 1828 – Yasnaia Poliana 1910) decidió poner rumbo hacia el Cáucaso, para acompañar a su hermano mayor Nikolái, oficial de un regimiento de artillería, que había disfrutado de un permiso y debía reintegrarse a la disciplina cuartelaria. También quería experimentar de cerca la vida militar, hacia la que sentía cierta predisposición, con la intención de sondear su posible incorporación. Al poco tiempo de llegar se apuntó como voluntario para participar en una incursión de las tropas rusas contra algunas aldeas montañosas georgianas que se resistían a la ocupación. El resto del año anduvo disperso entre varias aldeas próximas a Tiflis, centrado principalmente en la caza, a la que era muy aficionado, y a la redacción de Infancia, la que sería su primera novela.
La primera referencia a la novela en sus diarios la encontramos, como proyecto el 18 de enero de 1851. Según se puede leer en las entradas relativas a este año, Tolstói estaba inmerso en un atento proceso de observación y análisis de su propia personalidad, motivado por una firme, aunque inconstante, voluntad por vencer ciertos defectos como la vanidad o la pereza, con el objetivo de desarrollar una vida de continuo perfeccionamiento. El diario es para la realización de esta tarea, una pieza fundamental, pues lo considera como un excelente instrumento de control. Para el lector que se acerque a esta etapa de formación reflejada en sus diarios, no dejará de sorprenderle la cantidad de reglas y propósitos que han quedado allí depositados, al igual que la lucha constante que mantuvo consigo mismo por ponerlos en práctica.
En una carta escrita entre el 30 de mayo y el 3 de junio de 1852, dirigida a Tatiana Alexándrovna Ergólskaia, una pariente muy cercana al corazón de Tolstói, encontramos unas palabras del escritor que hacen referencia al proceso de elaboración de Infancia que nos proporcionan una valiosa información relativa a sus motivaciones literarias en esa época, así como a su meticuloso proceso de escritura; “He reescrito tres veces una obra que comencé hace mucho, y tengo la intención de reescribirla una vez más para sentirme satisfecho. Quizá esto sea como la labor de Penélope, pero no me molesta, no escribo por ambición, sino por gusto: encuentro placer y utilidad en el trabajo y por lo tanto trabajo”[1]
No obstante el placer que dice encontrar en la escritura, diversas entradas de los diarios pertenecientes al año 1852 reflejan momentos de indecisión, dudas y hasta franca desesperación. Así, por ejemplo, el 7 de abril escribe: “[…] Estoy absolutamente convencido de que no sirve para nada. El estilo es demasiado descuidado y hay muy pocas ideas como para que pueda perdonarse lo vacío del argumento […]”[2]. En otra entrada, esta vez del 18 de mayo, dice: “Seguí escribiendo Infancia, me resulta absolutamente repulsiva, pero debo continuar…”[3] Por citar uno más, el 2 de junio escribe: “Aunque en Infancia habrá faltas de ortografía, será tolerable. Todo lo que pienso al respecto es que hay relatos peores; sin embargo, aún no estoy convencido de no tener talento. Lo que no tengo, creo, es paciencia, oficio y nitidez, ni nada grandioso en el estilo, ni en los sentimientos, ni en los pensamientos. De esto último, no obstante, todavía tengo mis dudas. […]”[4]
Exactamente un mes después de la carta enviada a su tía, el 3 de junio de 1852, Tolstoi enviaba el manuscrito de Infancia al poeta Nikolái Alexéivich Nekrásov, a la sazón codirector de la prestigiosa revista literaria El Contemporáneo,[5] acompañado de una carta en la que pedía a éste que leyese el manuscrito y, si el texto lo merecía, que lo publicase en su revista pagándole lo que estimase que valía. También le informaba de que la obra constituía la primera parte de una novela que se llamaría Los cuatro períodos del crecimiento[6].
A mediados del mes de septiembre, Tolstoi recibió en forma de carta la anhelada respuesta. En esta carta Nekrásov le escribe: “Leí su manuscrito. Es tan interesante que lo voy a publicar. Como no conozco la continuación, no puedo dar una opinión muy definitiva, pero me parece que el autor tiene talento. En todo caso, el tono general, la simplicidad y la veracidad del contenido son un mérito indiscutible de la obra. Si en las partes que siguen (como puede esperarse) hay más vida y más movimiento, será una buena novela”[7].
Infancia es una autobiografía ficcionada de los primeros años de vida del escritor. Escrita desde el recuerdo, destaca desde sus primeras páginas por la preeminencia concedida a la descripción de las sensaciones experimentadas por el joven protagonista, descritas con una sensibilidad tan sutil y precisa que confiere al relato ese tono de simplicidad y verosimilitud al que se refería en su carta el poeta Nekrásov. En ella encontramos ese análisis y esa observación de los sentimientos del que hemos hablado anteriormente. A este respecto quisiera destacar el extraordinario capítulo en el que analiza su reacción ante el féretro que contiene el cuerpo de su madre muerta, en el que hace un extraordinario y certero juicio sobre la vanidad humana.
La vanidad es el sentimiento menos compatible con la verdadera aflicción, pero está arraigada en la naturaleza del hombre, que rara vez la ahoga incluso el dolor más profundo. En una desgracia, la vanidad se expresa por el deseo de parecer afligido, desdichado o sereno. Esos deseos mezquinos que no confesamos, pero que casi nunca nos abandonan, ni siquiera en el dolor más grande, despojan a éste de la intensidad y la sinceridad.[8]
Los hechos y acciones evocados en Infancia corresponden a tres días importantes para la vida de su protagonista. Estos son la víspera de su marcha a Moscú con la consiguiente separación de la madre, el cumpleaños de la abuela en Moscú, y el regreso a la finca en el campo para asistir a los últimos momentos de la vida de la madre. En el primer día Tolstói se centra en evocar cómo era la vida de un muchachito sensible de diez años perteneciente a la aristocracia rural rusa. Aquí aparece ya esa predilección que Tolstói tenía por los personajes ampliamente humanos, cargados de bondad y sufrimiento. En este sentido se enmarcan las descripciones del preceptor alemán y del yuródivi[9] Grisha.
El segundo día, como hemos dicho, es el día del cumpleaños de la abuela. Tolstói nos introduce en el mundo de los salones aristocráticos rusos de mediados del siglo XIX, haciéndonos partícipes de la educación que recibía un joven muchacho para saber desenvolverse en este tipo de ambientes tan distinguidos, cuyo dominio era un requerimiento imprescindible para escalar en el estrato más alto de la sociedad.
Por último, la muerte de la madre significa para el protagonista el fin de la infancia y el comienzo de una nueva etapa, la adolescencia. En este último día, en que arrecia el drama, Tolstói inserta una serie de interesantes reflexiones sobre la muerte y sobre los sentimientos que afloran cuando esta nos toca de cerca.
Desde su aparición en 1852, Infancia tuvo una buena acogida entre los medios literarios rusos, lo que permitió a Tolstói entrar en contacto con algunos de los escritores más importantes de su época, como Druzhinin, Goncharov, Ostrovski, Nekrásov o el propio Turguéniev. Éste último alabó la novela y celebró la llegada de un nuevo gran escritor al panorama literario ruso.

[1] Lev Tolstói, Correspondencia, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2008, pág. 57. Es importante destacar ya desde el inicio la importancia que le dio Tolstói al concepto de utilidad aplicado a su labor literaria.
[2] Lev Tolstói, Diarios (1847 – 1894), edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2002, pág. 76.
[3] Ibídem, pág. 80.
[4] Ibídem, pág.82.
[5] Esta revista fue creada en 1836 por Pushkin. En 1847, Nekrásov, junto con el también escritor Iván Panáiev, compró los derechos de edición y publicación.
[6] Tolstói escribiría Adolescencia (1854) y Juventud (1857), dejando sin escribir la última parte, que hubiera tenido el nombre de Mocedad.
[7] Lev Tolstói, Correspondencia, pág. 61, nota 1.
[8] Lev Tolstói; Infancia, Madrid, Aguilar, 1990, pág. 180.
[9] Simplificando mucho, es una especie de loco-santo, que ocupa un importante papel dentro de la historia de la literatura rusa. Algunas personas, como en esta novela hace la madre del protagonista, creían en sus capacidades proféticas.

sábado, 7 de marzo de 2009

UN DÍA DE LA VIDA DE IVÁN DENISOVICH

En febrero de 1961, unos agentes de la policía política soviética irrumpían en el apartamento moscovita del escritor Vasili Grossman con la orden clara de incautar todas las copias, documentos y materiales relativos a su magna obra "Vida y Destino", al ser considerada ésta por las autoridades soviéticas como un peligro potencial para la estabilidad del Partido Comunista. Su denuncia de las atrocidades cometidas por Stalin y la fuerte carga de responsabilidad vertida hacia el Partido Comunista, desbordaban inconteniblemente los limitados presupuestos de la política de deshielo promovida por Jrushchov.Un año más tarde, en 1962, un novel escritor ruso, Alexandr Soljenitsin, publicaba, con el beneplácito del propio Jrushchov, su primera novela, "Un día de la vida de Iván Denísovich", en la que, basándose en su propia experiencia, trataba un tema tan espinoso y sangrante en esos años como los campos penitenciarios en la época de Stalin. ¿Cómo se explica la aceptación de la novela por el líder comunista ,si atendemos a la posterior censura a la que se vieron sometidas el resto de obras de Soljenitsin?



Como bien indica su título, la novela narra un día en la vida de Iván Denisovich Shújov, un preso político que cumple diez años de condena en un campo de trabajo siberiano. Soljenitsin quiso con esta novela dar a conocer las condiciones de vida de los presos en estos campos, y para ello utiliza un estilo seco y conciso que busca la complicidad y la implicación del lector. A lo largo de estas páginas, Alexandr Soljenitsin revive el día a día que vivió durante ocho años, y como Dante, nos invita a que le acompañemos, aunque sea solamente por un día, en su particular infierno. Para facilitar nuestra visita nos pone de la mano de un guía experimentado, Iván Denísovich, un recluso que ha decidido con convicción sobrevivir a las duras condiciones que le han sido impuestas. Esta apuesta por la vida del preso condiciona la propia narración y tiene mucho que ver con el hecho de que fuese aceptada por la censura soviética. Iván Denísovich no cuestiona a los que le han metido allí- lo hacen de forma bastante velada otros personajes -,no se enfrenta con los que le oprimen, no realiza ningún acto que ponga en peligro su objetivo: la conservación de la propia vida. Shújov comprende que el único modo de sobreponerse al destino que le ha sido impuesto reside en la conservación de la vida y sabe que el único camino para ello está en la adaptación a esta dura realidad.