miércoles, 8 de abril de 2009

INFANCIA



En abril de 1851, como consecuencia de una serie de indecisiones con respecto a su futuro inmediato, Lev Tolstói (Yasnaia Poliana 1828 – Yasnaia Poliana 1910) decidió poner rumbo hacia el Cáucaso, para acompañar a su hermano mayor Nikolái, oficial de un regimiento de artillería, que había disfrutado de un permiso y debía reintegrarse a la disciplina cuartelaria. También quería experimentar de cerca la vida militar, hacia la que sentía cierta predisposición, con la intención de sondear su posible incorporación. Al poco tiempo de llegar se apuntó como voluntario para participar en una incursión de las tropas rusas contra algunas aldeas montañosas georgianas que se resistían a la ocupación. El resto del año anduvo disperso entre varias aldeas próximas a Tiflis, centrado principalmente en la caza, a la que era muy aficionado, y a la redacción de Infancia, la que sería su primera novela.
La primera referencia a la novela en sus diarios la encontramos, como proyecto el 18 de enero de 1851. Según se puede leer en las entradas relativas a este año, Tolstói estaba inmerso en un atento proceso de observación y análisis de su propia personalidad, motivado por una firme, aunque inconstante, voluntad por vencer ciertos defectos como la vanidad o la pereza, con el objetivo de desarrollar una vida de continuo perfeccionamiento. El diario es para la realización de esta tarea, una pieza fundamental, pues lo considera como un excelente instrumento de control. Para el lector que se acerque a esta etapa de formación reflejada en sus diarios, no dejará de sorprenderle la cantidad de reglas y propósitos que han quedado allí depositados, al igual que la lucha constante que mantuvo consigo mismo por ponerlos en práctica.
En una carta escrita entre el 30 de mayo y el 3 de junio de 1852, dirigida a Tatiana Alexándrovna Ergólskaia, una pariente muy cercana al corazón de Tolstói, encontramos unas palabras del escritor que hacen referencia al proceso de elaboración de Infancia que nos proporcionan una valiosa información relativa a sus motivaciones literarias en esa época, así como a su meticuloso proceso de escritura; “He reescrito tres veces una obra que comencé hace mucho, y tengo la intención de reescribirla una vez más para sentirme satisfecho. Quizá esto sea como la labor de Penélope, pero no me molesta, no escribo por ambición, sino por gusto: encuentro placer y utilidad en el trabajo y por lo tanto trabajo”[1]
No obstante el placer que dice encontrar en la escritura, diversas entradas de los diarios pertenecientes al año 1852 reflejan momentos de indecisión, dudas y hasta franca desesperación. Así, por ejemplo, el 7 de abril escribe: “[…] Estoy absolutamente convencido de que no sirve para nada. El estilo es demasiado descuidado y hay muy pocas ideas como para que pueda perdonarse lo vacío del argumento […]”[2]. En otra entrada, esta vez del 18 de mayo, dice: “Seguí escribiendo Infancia, me resulta absolutamente repulsiva, pero debo continuar…”[3] Por citar uno más, el 2 de junio escribe: “Aunque en Infancia habrá faltas de ortografía, será tolerable. Todo lo que pienso al respecto es que hay relatos peores; sin embargo, aún no estoy convencido de no tener talento. Lo que no tengo, creo, es paciencia, oficio y nitidez, ni nada grandioso en el estilo, ni en los sentimientos, ni en los pensamientos. De esto último, no obstante, todavía tengo mis dudas. […]”[4]
Exactamente un mes después de la carta enviada a su tía, el 3 de junio de 1852, Tolstoi enviaba el manuscrito de Infancia al poeta Nikolái Alexéivich Nekrásov, a la sazón codirector de la prestigiosa revista literaria El Contemporáneo,[5] acompañado de una carta en la que pedía a éste que leyese el manuscrito y, si el texto lo merecía, que lo publicase en su revista pagándole lo que estimase que valía. También le informaba de que la obra constituía la primera parte de una novela que se llamaría Los cuatro períodos del crecimiento[6].
A mediados del mes de septiembre, Tolstoi recibió en forma de carta la anhelada respuesta. En esta carta Nekrásov le escribe: “Leí su manuscrito. Es tan interesante que lo voy a publicar. Como no conozco la continuación, no puedo dar una opinión muy definitiva, pero me parece que el autor tiene talento. En todo caso, el tono general, la simplicidad y la veracidad del contenido son un mérito indiscutible de la obra. Si en las partes que siguen (como puede esperarse) hay más vida y más movimiento, será una buena novela”[7].
Infancia es una autobiografía ficcionada de los primeros años de vida del escritor. Escrita desde el recuerdo, destaca desde sus primeras páginas por la preeminencia concedida a la descripción de las sensaciones experimentadas por el joven protagonista, descritas con una sensibilidad tan sutil y precisa que confiere al relato ese tono de simplicidad y verosimilitud al que se refería en su carta el poeta Nekrásov. En ella encontramos ese análisis y esa observación de los sentimientos del que hemos hablado anteriormente. A este respecto quisiera destacar el extraordinario capítulo en el que analiza su reacción ante el féretro que contiene el cuerpo de su madre muerta, en el que hace un extraordinario y certero juicio sobre la vanidad humana.
La vanidad es el sentimiento menos compatible con la verdadera aflicción, pero está arraigada en la naturaleza del hombre, que rara vez la ahoga incluso el dolor más profundo. En una desgracia, la vanidad se expresa por el deseo de parecer afligido, desdichado o sereno. Esos deseos mezquinos que no confesamos, pero que casi nunca nos abandonan, ni siquiera en el dolor más grande, despojan a éste de la intensidad y la sinceridad.[8]
Los hechos y acciones evocados en Infancia corresponden a tres días importantes para la vida de su protagonista. Estos son la víspera de su marcha a Moscú con la consiguiente separación de la madre, el cumpleaños de la abuela en Moscú, y el regreso a la finca en el campo para asistir a los últimos momentos de la vida de la madre. En el primer día Tolstói se centra en evocar cómo era la vida de un muchachito sensible de diez años perteneciente a la aristocracia rural rusa. Aquí aparece ya esa predilección que Tolstói tenía por los personajes ampliamente humanos, cargados de bondad y sufrimiento. En este sentido se enmarcan las descripciones del preceptor alemán y del yuródivi[9] Grisha.
El segundo día, como hemos dicho, es el día del cumpleaños de la abuela. Tolstói nos introduce en el mundo de los salones aristocráticos rusos de mediados del siglo XIX, haciéndonos partícipes de la educación que recibía un joven muchacho para saber desenvolverse en este tipo de ambientes tan distinguidos, cuyo dominio era un requerimiento imprescindible para escalar en el estrato más alto de la sociedad.
Por último, la muerte de la madre significa para el protagonista el fin de la infancia y el comienzo de una nueva etapa, la adolescencia. En este último día, en que arrecia el drama, Tolstói inserta una serie de interesantes reflexiones sobre la muerte y sobre los sentimientos que afloran cuando esta nos toca de cerca.
Desde su aparición en 1852, Infancia tuvo una buena acogida entre los medios literarios rusos, lo que permitió a Tolstói entrar en contacto con algunos de los escritores más importantes de su época, como Druzhinin, Goncharov, Ostrovski, Nekrásov o el propio Turguéniev. Éste último alabó la novela y celebró la llegada de un nuevo gran escritor al panorama literario ruso.

[1] Lev Tolstói, Correspondencia, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2008, pág. 57. Es importante destacar ya desde el inicio la importancia que le dio Tolstói al concepto de utilidad aplicado a su labor literaria.
[2] Lev Tolstói, Diarios (1847 – 1894), edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2002, pág. 76.
[3] Ibídem, pág. 80.
[4] Ibídem, pág.82.
[5] Esta revista fue creada en 1836 por Pushkin. En 1847, Nekrásov, junto con el también escritor Iván Panáiev, compró los derechos de edición y publicación.
[6] Tolstói escribiría Adolescencia (1854) y Juventud (1857), dejando sin escribir la última parte, que hubiera tenido el nombre de Mocedad.
[7] Lev Tolstói, Correspondencia, pág. 61, nota 1.
[8] Lev Tolstói; Infancia, Madrid, Aguilar, 1990, pág. 180.
[9] Simplificando mucho, es una especie de loco-santo, que ocupa un importante papel dentro de la historia de la literatura rusa. Algunas personas, como en esta novela hace la madre del protagonista, creían en sus capacidades proféticas.