sábado, 16 de mayo de 2009

ADOLESCENCIA




Tres meses después de la publicación de Infancia, Tolstói escribía una carta a su hermano Serguéi en respuesta a los comentarios que éste le había hecho en relación a su obra. En ella, entre otras cosas, dice:

“(…) Temes que el éxito se me suba a la cabeza y que me ponga a jugar a las cartas y lo pierda todo. Se ve que hace mucho que no nos hemos visto. Creo que ya hace casi un año que ni se me ocurre pensar en las cartas; en cuanto a que mis obras futuras puedan ser inferiores, espero que no suceda, y ahora voy a decirte porqué: he empezado una novela nueva; seria y útil a mi entender, a la que tengo intenciones de dedicar mucho de mi tiempo y todas mis facultades. Me he puesto a trabajar en ella con el mismo sentimiento con el que cuando era niño me ponía a hacer un dibujo y decía: “Tardaré en hacer este dibujo tres meses”. No sé si mi novela tendrá la misma suerte que mis dibujos, pero lo que pasa es que no hay nada que me dé más miedo que convertirme en un escritorzuelo de revistas, y pese a las condiciones ventajosas que me ofrecen, enviaré a El Contemporáneo – si es que lo envío- un relato que está casi listo y que será muy malo. (…)[1]


Durante todo ese año de 1853 se dedicó a la escritura de Adolescencia, trabajando al mismo tiempo en otros relatos de menor extensión. De entre ellos enviaría ese mismo año a la redacción “Notas de un tanteador” que sería publicado dos años después con el título de “Memorias de un tanteador de billar”[2].

Como ya escribí cuando hablaba de Infancia, Tolstói intentaba en esta época vivir una vida pautada por reglas de comportamiento. La virtud era una obsesión para él, porque estaba convencido de que la finalidad del hombre radica en su eterno perfeccionamiento y confiaba en que a través de estas reglas podría corregir todos los vicios que se encontraba. Para conseguir llevar una vida de virtud, Tolstói se impuso la ingente tarea de observar al detalle su conducta para detectar en ella todos estos vicios. Las entradas de esta época en su diario responden a esta necesidad de observancia, y son un registro de su lucha interna. Esta necesidad de continuo perfeccionamiento es la que sentirá el protagonista, su alter ego, en el paso de la adolescencia a la juventud. Pero no nos adelantemos y hablemos aquí de Adolescencia.

La obra continua con el mismo tono y estilo que en la primera parte, si bien se acentúa la descripción, ya de por sí predominante en Infancia. Esto hace que el arranque de la novela sea un tanto pesado, ya que para narrar el viaje que emprende la familia desde la aldea natal hasta Moscú, compensa la falta de acción con una amplísima descripción del paisaje, desplegada en más de veinte páginas.

Una vez lejos de la topografía del dolor, encarnado en la casa de la aldea donde muere la madre, hecho que marca el paso de la infancia a la adolescencia, en esta segunda etapa asistimos a la educación de nuestro protagonista en los ambientes cortesanos de la capital rusa. Tolstói pensaba en estos inicios literarios que un escritor debía ser consecuente en su escritura con el medio que le había tocado vivir, y veía como algo ridículo que un autor de un medio social alto escribiera novelas populares. Así, utiliza una prosa elegante y concisa, muy próxima al medio y al sentir sensible de su protagonista.

Paulatinamente, el joven Irtieniev va adquiriendo conciencia de sí mismo y de las relaciones con las personas de su entorno. En unos años de grandes transformaciones tanto físicas como morales, el joven Irtieniev ve cómo la unión con las personas más cercanas a él en la infancia poco a poco se va resquebrajando. Su padre está inmerso en la vida social moscovita y le presta menos atención, su hermano siente la enorme distancia que se crea entre un joven y un adolescente en esta época inicial de desarrollo y también le deja un poco de lado, y por si fuera poco, su fiel preceptor, Karl Ivánovich, es sustituido por un preceptor francés joven, frío y estirado, Saint- Jérôme, que elimina de su vida la presencia protectora, amable y cálida del preceptor alemán. Todo esto hace que se acentúe en él una tendencia hacia la que ya de por sí estaba predispuesto; la observación y el análisis de todo lo que le rodea, empezando por él mismo y por sus sentimientos. En este período aparece el primer ardoroso enamoramiento, y hacia el final de la novela, la aparición del joven Nejliudov, una especie de alma afín que tendrá un mayor desarrollo en Juventud.

Gracias nuevamente a las anotaciones hechas en sus diarios, reconocemos en el joven Irtieniev muchas de las actitudes y pensamientos del propio Tolstói. Entre muchos otros, podemos destacar la temprana conciencia de su fealdad física,- debió de atormentarle bastante en su juventud-, o su también temprano rechazo y poca consideración hacia el sexo femenino, debido en gran parte por el escaso interés que, en general, éste mostraba hacia él.
Para finalizar, me gustaría hablar de un hecho que me ha llamado poderosamente la atención, quizá porque es la primera vez que me encuentro con algo así en una obra literaria, por lo menos de una forma tan poco enmascarada. Bastante avanzada la novela, pero sin llegar a su tramo final, Tolstói cambia de forma brusca el tiempo y la persona en la narración. No lo hace de manera casual ni por error, si no porque desea acelerar la narración y acabar cuanto antes la novela. Se siente cansado de ella, quiere escribir otras cosas que le parecen más interesantes y le exaspera tener que dedicarle más tiempo.[3].
En la entrada del diario correspondiente al 22 de octubre de 1853 dice textualmente:

“Adolescencia se me ha vuelto odiosa en grado extremo. Espero terminar mañana.”[4] Lo sorprendente es que no trata de disimularlo. Al contrario lo dice claramente. El capítulo XX empieza de la siguiente manera:

“Cuanto más avanzo en la descripción de aquella época de mi vida, tanto más penoso y difícil me resulta. (…) Inconscientemente quiero atravesar pronto el desierto de la adolescencia y llegar a la época feliz en que el noble sentimiento de la amistad tierna y sincera iluminó de nuevo con luz viva el final de esta edad, marcando el principio de otra nueva, llena de encanto y poesía: la de la juventud. No voy a seguir paso a paso todos mis recuerdos. Me limitaré a echar una rápida ojeada sobre los recuerdos más importantes desde la época a la que ha llegado mi relato hasta el momento en que me encontré con un hombre extraordinario que tuvo una influencia bienhechora y decisiva sobre mi carácter y mis tendencias”.[5]


[1] Lev Tolstói, Correspondencia, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona 2008, página 67. La novela a la que se refiere Tolstói es Adolescencia, la segunda parte de su proyectada tetralogía. El relato que tenía casi listo para enviar a la redacción de El Contemporáneo es La Correría, que sería publicado en el nº. 3 de la revista a comienzos del año 53.
[2] No he podido encontrar todavía estos dos relatos, así que hablaré de ellos cuando consiga localizarlos.
[3] Una de las primeras reglas que aparece en su Diario es “Lo que hayas decidido hacer, hazlo cueste lo que cueste”. ( Obra citada, pág.14)
[4] Lev Tolstói, Diarios, edición y traducción a cargo de Selma Ancira, Acantilado, Barcelona, 2002, página 110.
[5] Lev Tolstói, Infancia, Adolescencia y Juventud, traducción de Laura e Irene Andresco, Aguilar, Madrid, 1990, página 296.