sábado, 31 de octubre de 2009

SENILITÁ



Senilitá (1898) es la segunda novela de Aron Ettore Schmitz, más conocido como Italo Svevo (1861-1928). Nacido en Trieste, en el seno de una modesta familia judia de orígenes centroeuropeos, Svevo tuvo, por expreso deseo paterno, una educación alemana que afectaría en un futuro a su arte literario, pues nunca llegaría a dominar el italiano, lengua que utilizaría mezclada con el triestino, -una variante del dialecto veneciano-, para escribir el conjunto de su obra.

Svevo no fue un escritor de raza que buscase a toda costa ganarse la vida con la literatura. A los diecinueve años tuvo que abandonar sus estudios de Comercio obligado por una serie de problemas económicos en los negocios de su padre. Pronto encontró un puesto como administrativo en la sucursal de Trieste del Unionbank de Viena, y en él estuvo durante diecinueve años, hasta que se casó y entró a trabajar en las empresas de la familia de su esposa.
La literatura estuvo desde muy joven, en el internado alemán devoraba en sus horas libres a los románticos alemanes, muy presente en la vida de Svevo. Ya en la edad adulta, cuando salía de su rutinario trabajo, dedicaba su tiempo libre a leer, escribir , además de en participar activamente en la vida cultural de Trieste.

Su primera novela Una vita (1892) salió de su pluma y de su bolsillo sin pena ni gloria. Svevo no se desalentó y siguió escribiendo. Su estado anímico en el período que comprende entre la publicación de su primera novela y Senilitá bien puede ser el del protagonista de esta última, Emilio Brentani cuando de él escribe:

Con la clarísima conciencia que tenía de la nulidad de su obra, no se jactaba del pasado, pero tanto en el arte como en la vida, creía encontrarse aún en el período de preparación y en lo más profundo de su ser se consideraba una máquina potente y genial en construcciòn, pero que aún no había llegado a la fase de actividad.



Senilitá narra las vicisitudes amorosas de su protagonista, Emilio Brentani, con una bella joven llamada Angiolina. Brentani, trasunto en muchos aspectos del autor trentino, es un hombre metido de lleno en la treintena que vive una vida triste y gris junto con su hermana Amalia, que tiene una vida aún más triste y gris que la de su hermano ya que vive a la sombra de éste.

Un día Emilio conoce casualmente a Angiolina, una joven rubia de gran belleza que le presta cierta atención. Emilio comienza a cortejarla con la intención de llegar a poseerla, pero será ella la que al final lo acabe poseyendo, aunque no del modo que este quisiera. Escrita desde la cabeza de Emilio, Svevo utiliza la introspección psicológica para hacernos ver como el autoengaño de Emilio, en ocasiones consciente, lo lleva a una infelicidad en la que los celos lo atormentan hasta tal punto que es incapaz de ver la verdad de su relación. Solo podrá liberarse de ésta a través de la muerte de su hermana.

La sexualidad tiene un gran peso en la novela, sobre todo en la vida de Angiolina, siempre visto a través de los ojos de Emilio, que se basa en ella para ejercitar poder sobre sus conquistas. Es también una novela en la que se analizan en profundidad los celos de Emilio, hasta el punto que Coetzee, el Nóbel suráfricano, ha escrito de ella que es, junto con la Sonata a Kreutzer de Tolstoi, y Por el camino de Swam de Proust, una de las grandes novelas sobre los celos sexuales masculinos.

Tras su publicación, la novela fue igualmente un fracaso. Las malas críticas, centradas en lo pobre de su italiano, desanimaron al autor hasta el punto de que decidió abandonar su naciente carrera literaria. Afortunadamente para la literatura, años después un joven profesor de inglés que vivía exiliado en Trieste, James Joyce, se interesaría por los escritos de Svevo, consiguiendo que este retomase la escritura. Sólo escribiría una novela más, La conciencia de Zeno, que le consagraría dentro del panorama literario europeo de principios del siglo XX. Pero esa ya es otra historia.



miércoles, 14 de octubre de 2009





ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto

como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería)



Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.


Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas


daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.


No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.


Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.


No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.


En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.


Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.


Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.


Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.


Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.


Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.


A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.


( 10 de enero de 1936)

Miguel Hernández, El rayo que no cesa, 1936.



Hace unos días, en una conversación telefónica con un buen amigo, esté, en un momento dado comentó que atribuía valor a las cosas que poseía cuando éstas eran disfrutadas por la gente que estimaba. Mi experiencia con él me hace reconocer como muy ciertas sus palabras, y como sé que de vez en cuando se pasa por está página, me gustaría aprovechar para recordarle la deuda que tiene contraída conmigo por haberle echo yo apreciar tantas cosas suyas que me ha dado la oportunidad de disfrutar. Dejando la broma aparte, gracias.


A mí, confieso que mucho menos generoso que mi amigo, siempre me ha gustado compartir aquellas cosas que, por algún motivo, me conmueven, me hacen vibrar, me suben, aunque sea momentáneamente, al asfalto de lo que considero una buena vida. Por este motivo he copiado aquí este hermosísimo poema, escrito con el dolor reciente por la pérdida de un íntimo amigo.

Una auténtica maravilla.