miércoles, 15 de diciembre de 2010

Le Trou (La evasión)


Al igual que la violenta y repentina erupción de un volcán cubre con su ardiente magma los sedimentos solidificados de una anterior erupción, la inesperada y fulgurante irrupción de la Nouvelle Vague enterró en gran parte, para el público en general, el trabajo de un buen número de directores franceses cuyo nombre ha quedado en la memoria de un puñado de cinéfilos que todavía ven con gozo y deleite sus maravillosas obras. Grandes películas como "Las Diabólicas" o "El Salario del Miedo" de Henri George Clouzot", "Círculo Rojo" o "Le Samurai" de Jean Pierre Melville, "La Ronda" o "Lola Montes", de Max Ophuls, o "Ascensor para el Cadalso" y la más reciente de todas " Adios, muchachos, adios" de Louis Malle, hacen que los nombres de sus autores sean reseñados significativamente en los libros sobre la historia del cine, pero que esa significación no se perciba de forma generalizada en el espectador medio de cine, quizá algo reacio al cine en blanco y negro.

Sea como fuere, este comentario trata sobre una de esas grandes películas un tanto olvidadas, que bien puede pertenecer al selecto grupo de obras citadas. Nos referimos a Le Trou (1960), película dirigida por Jacques Becquer.

Le Trou es una de esas películas con las que sueña leer todo productor que abre por primera vez un guión. Una película con unos diálogos sólidos, pétreos sería mejor decir, un thriller intenso y veraz hasta el último segundo y lo que es más importante para un productor, ambientada entre cuatro paredes, sin exteriores y con muy pocas localizaciones. Vamos un chollo.

De ella dijo hace ya años Jean Pierre Melville que era la mejor película que se había rodado en Francia en toda su historia, y yo creo que si no es así - tengo en mente un par más que podrían disputarle el honor- por ahí le anda. Es una película carcelaria que a mí me ha recordado mucho a una de esas películas que le podrían competir tal honor, me refiero a "Un condenado a muerte se ha escapado" de Robert Bresson.


En resumidas cuentas, economía de medios, pocos personajes, pocos discursos, obsesión por la veracidad - el director se empeña en que comprobemos que las piedras son de verdad y no de cartón- gran guión y mucho ingenio, todo ello teniendo como lejano horizonte la añorada libertad.