domingo, 8 de enero de 2012


Sin duda, el gran reclamo de Muhomatsu no isso (El hombre del carrito) es la interpretación en el papel de protagonista del gran actor japonés Toshiro Mifune (1920 - 1997). Conocido en Occidente por formar junto a Akira Kurosawa uno de los tandem actor- director más sólidos y memorables de la historia del cine, su trayectoria actoral fue más allá de las dieciséis películas que realizó junto a El emperador.
La película, dirigida por Hiroshi Inagaki, es un remake de otra del mismo nombre realizada para los estudios Daei en 1943, algo que como recordaba el propio Mifune años después, no era ya desde el inicio de su agrado:
"No quedé muy contento, pero estaba bajo contrato y tenía que cumplir con ciertas obligaciones. No me gustan los remakes, porque el público que ha visto el film original también ve el segundo. Éste suele salir perjudicado con la comparación... aunque sólo sea porque el peso del tiempo hace que todo lo pasado parezca mejor".
A pesar de sus reticencias, Mifune está aquí maravilloso. Si no fuera porque sabemos que ya existía una película anterior, podríamos pensar que el personaje que interpreta fue escrito pensando en él, pues su personaje tiene elementos comunes a otros personajes que había interpretado para Kurosawa. Aquí da vida a Matsu, un humilde pero muy digno conductor de ricksaw, que de manera fortuita se convierte en tutor y modelo de un niño tímido y algo retraído que acaba de perder a su padre. Su madre, viendo lo sólo y desvalido que se ha quedado su hijo, preocupada por su suerte futura, pide a Matsu que se convierta en su referencia masculina.
Apodado por quienes le conocen como "Matsu el salvaje" es un ser inquieto, no para de moverse en toda la película, en ocasiones vehemente, que desborda vitalidad y energía. Noble y con una moral sencilla pero inflexible, es lo que diríamos una persona "echada para adelante". La película que fue rodada en color y con una gran cantidad de extras ganó el León de Oro en el XIX Festival de Cine de Venecia, pero, a mi modo de ver, y como ya he dicho en el comienzo, lo que la hace especial es la interpretación de Mifune. Inolvidable, por ejemplo, es la escena en la que toca un gran tambor para recrear el ya casi desaparecido estilo Gion. Fijénse en su rostro, en esa sonrisa fiera casi en trance, en esos musculosos brazos que extraen un hipnótico ritmo que sin acierto el director Inagaki intenta recrear con un rápido montaje. Es simplemente soberbio, de una intensidad casi paralizante. Mifune está en un nivel parangonable a las mejores actuaciones que hizo para Kurosawa y es por este motivo por el que recomiendo encarecidamente esta película.